NOS DIO VIDA CON CRISTO

COMPARTILHE
2025-07-18 03:00:00
Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).
Efesios 2.5
Aunque estaba en la cruz, Cristo aún tenía que librar una última batalla: arrebatarle al diablo el poder que le había robado a Adán, con el que oprimía a la humanidad. El Salvador llegó hasta el final en Su misión de darle al hombre la libertad completa: «Y despojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.» (Colosenses 2.15). Cristo le quitó al Infierno la capacidad de hacernos daño. ¡Somos libres!
El Hijo de Dios nunca pecó, pero en el momento en el que recibió nuestras iniquidades, enfermedades y dolencias, el Padre Lo abandonó porque no podía permanecer a Su lado. El Altísimo es la Santidad de los santos, el Fuego consumidor. Por eso, si hubiera permanecido al lado del Hijo, lo habría fulminado. Cuando Dios Le abandonó, el Salvador exclamó: «Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: «Elí, Elí, ¿lama sabactani?» (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?»)» (S. Mateo 27.46). ¡Qué hora!
En la cruz, Jesús murió dos veces. La primera sucedió la muerte espiritual, la separación de Dios. Cristo es el segundo Adán. El primero murió cuando desobedeció a Dios comiendo del fruto prohibido (Génesis 3). En la segunda, los pecados y los males recayeron sobre el Salvador. En ese momento crucial, Jesús dijo que tenía sed y le dieron vinagre: «Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: —¡Consumado es! E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.» (S. Juan 19.30). Luego descendió al Infierno (véase Isaías 63).
El profeta habló de la lucha de Cristo contra el diablo para despojarlo de la autoridad que en realidad era nuestra, pero que le fue usurpada a Adán cuando cayó en transgresión: «¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra, con vestidos rojos? ¿Éste, vestido con esplendidez, que marcha en la grandeza de su poder? —Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar.» (Isaías 63.1). ¡Aleluya!
Nadie estaba con el Señor cuando fue al Infierno, ni siquiera un ángel. Tuvo que conquistar nuestra victoria por Sí mismo: «He pisado yo solo el lagar; de los pueblos nadie había conmigo; los aplasté con ira, los pisoteé con furor; su sangre salpicó mis vestidos y manché todas mis ropas.» (Isaías 63.3). Este lenguaje simbólico expresa la feroz batalla contra el reino de la muerte.
El Hijo había dejado toda Su gloria como Dios y había venido como hombre para realizar el plan del Padre. Siendo el único sin pecado, la elección recayó en Él: «Como está escrito: No hay justo, ni aun uno.» (Romanos 3.10). Como ve, nuestra salvación casi no sucedió. El Santo vino a santificarnos con Su sangre y ¡pronto volverá para llevarnos al Cielo!
Nunca debemos perder el tiempo en cuestiones religiosas y cultos que promueven a alguien como intermediario entre el Señor y el hombre. Esto no tiene nada que ver con el Evangelio. Es una práctica que debe ser rechazada por las personas sensatas. Al único que podemos glorificar es al Padre celestial, en la persona de Su Hijo, Jesús. Quien se aparta de esta verdad está perdido en una maraña religiosa y, si no se vuelve a la Palabra, seguirá así. ¡Misericordia!
En Cristo, con amor,
R. R. Soares
La Oración de Hoy
¡Dios del gran Mensaje! Gracias por revelarnos la importancia de proclamar la Palabra a los perdidos. Al darse cuenta del valor de la obra de Jesús, se salvarán. Cristo nos ordenó hacer esto por el mundo.
Ten piedad de los sacerdotes que aún no han comprendido la finalidad de transmitir la Buena Nueva de lo que Jesús ha hecho en favor de la humanidad. ¡Necesitamos arrebatar a millones de almas que viven lejos de Tu amor!
Prepáranos para enseñar al pueblo la Verdad y no una variante de ella. Hablar de Jesús es ser utilizados por Ti para cumplir Tu plan maravilloso y majestuoso. No queremos multitudes siguiéndonos, ¡queremos seguirte a Ti!