RESPUESTA OBJETIVA
COMPARTILHE
2025-11-19 03:00:00
Jesús le preguntó: —¿Qué quieres que te haga? El ciego le dijo: —Maestro, que recobre la vista.
San Marcos 10.51
Al preguntarle a Bartimeo qué quería, Jesús le dio la oportunidad de pedir cualquier cosa, incluso prosperidad, para no tener que mendigar nunca más, algo muy humillante. Y la respuesta de Bartimeo a Jesús fue muy objetiva: Maestro, que recobre la vista. ¡Sea como Bartimeo! Entre en la presencia de Dios en oración y, cuando sienta que es el momento de pedirle algo al Señor, sea moderado en sus palabras. Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. (2 Timoteo 2.15).
El Señor no quiere que le diga palabras bonitas para alegrarlo, porque lo que le da placer es ver a Su pueblo viviendo según Su Palabra y dando testimonio de ella. Jesús es la Verdad, así que no intente justificarse. Quien dice la Verdad habla la lengua del Señor y será escuchado. Después de determinar que algo se haga, de gracias a Dios por ello y, en poco tiempo, verá que ha sido bendecido por orar y creer que lo recibiría (S. Marcos 11.24).
Cuando los israelitas pecaron contra el Altísimo, Él le dijo a Su elegido como líder del pueblo: Ve, pues, ahora, lleva a este pueblo a donde te he dicho. Mi ángel irá delante de ti, pero en el día del castigo, los castigaré por su pecado. (Éxodo 32:34). Moisés esperó el momento oportuno para rogarle que Él mismo fuera con ellos: —Si tu presencia no ha de acompañarnos, no nos saques de aquí. (Éxodo 33.15b). El Señor respondió que le concedería lo que le pedía. ¡Quien ora, es escuchado!
Nuestro Padre celestial es compasivo (Salmo 103.8). Nos ama y desea hacernos el bien. Dios sabe que somos limitados (v. 14) y Lo necesitamos siempre con nosotros. Esto solo no sucederá si pecamos y no Lo buscamos para pedirle perdón y reconciliarnos con Él. Los israelitas lo hicieron, fueron perdonados y pudieron seguir adelante.
El secreto de la sanidad de Bartimeo fue la comprensión que adquirió al escuchar la Palabra de Dios. Su vida cambiará si cree todo lo que el Espíritu Santo le revela en la Biblia. El hecho de que Bartimeo, siendo ciego, clamara al Señor pidiendo misericordia y su persistencia en seguir suplicando, incluso cuando fue reprendido, hizo que Jesús se detuviera y prestara atención. ¡Quien escucha al Señor, será escuchado por Él!
Pedir misericordia es bueno y correcto, pero debe ser objetivo y persistente en su petición. Era la última vez que el Salvador pasaría por allí. Bartimeo tenía que ser escuchado en ese momento, o nunca lo escucharía. Nadie más en la multitud hizo lo mismo. Haga como Bartimeo: cuando entienda la Palabra del Señor, use toda su fe y capacidad para luchar con Dios por su milagro, porque puede ser que no haya otra oportunidad para lograr lo que desea.
Josué, el sucesor de Moisés que condujo a Israel a Canaán, murió a los 110 años. Hizo casi todo bien, pero el Señor lo reprendió: «Tú eres ya viejo, de edad avanzada, y queda aún mucha tierra por poseer.» (Josué 13:1b). ¿Qué le diremos entonces a Dios si no hacemos algo que Él nos ha confiado? ¡El poder para hacerlo nos ha sido dado; es nuestro!
En Cristo, con amor,
R. R. Soares
La Oración de Hoy
¡Dios que hace maravillas! Si Bartimeo, que era ciego, no hubiera creído ni actuado como Tú querías, habría muerto ciego. ¡Señor, ten piedad de nosotros! No solo nos has retado a creer en Ti y a hacer Tu obra. ¡Ayúdanos, Padre amado!
Entre todas Tus promesas, no hemos elegido ni una sola para que Tú la cumplas. Somos personas que solo pensamos en nosotros mismos. No podemos seguir así; de lo contrario, nunca Tendrás el gozo que deseas en nosotros.
Que podamos realizar, para Tu gloria y en el Nombre de Tu Hijo, las mismas obras que Él hizo. De nosotros depende creer y darte la satisfacción que Jesús sintió y que le hizo declarar: En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.» (S. Mateo 11.25).
