Hoy en día, hablar de religiosos es referirse a fanáticos, personas intolerantes que no aman a Dios como enseñó Jesús: Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. (S. Juan 14.13). Estas personas viven recitando sus credos, sin mencionar la Palabra ni meditarla. Algunos se han encerrado completamente en su grupo y se niegan a pensar en el significado de las señales y los prodigios realizados por Jesús.

Las estructuras de la religión son tremendas y comentadas por los religiosos como signos de fe, pero ¿es eso lo que el Salvador nos dijo que hiciéramos? (S. Mateo 24.1-14). ¿Cuántos ciudadanos bajan de Jerusalén, donde reside el amor de Dios, y caen víctimas de los ladrones de la dignidad, que los rompen atándolos a diversos pecados? Esto ha hecho que los religiosos, que no tienen la unción que los libere, pasen de largo (S. Lucas 10.25-37). Lo máximo que hacen es tratar la mente, ¡no el espíritu!

Jesús dijo: Porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis. (S. Juan 13.15). Había una fiesta en Jerusalén, la ciudad del amor de Dios, y en un lugar de cinco pabellones yacía una multitud de enfermos. El Maestro dejó la fiesta de los hombres y se fue a la fiesta del Cielo, curando a un paralítico que llevaba allí 38 años. Este hombre se había pasado el tiempo esperando que las aguas se movieran, pero Jesús lo curó (S. Juan 5.1-14).

¿Vive en nosotros el Espíritu del Buen Pastor, que nos lleva a abandonar nuestra posición de bienestar para salir en busca de los drogadictos y de los que se destruyen en la prostitución y el crimen? ¿Hemos proclamado el amor de Dios a estas personas, o hemos descuidado sus aflicciones? Jesús dijo que el pastor busca a la oveja perdida y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros. Luego, cuando vuelve a casa, celebra haberla encontrado (S. Lucas 15.4-6).

Según el Maestro, la manera pura y sin mancha de servir a Dios es preocuparse por los que se han extraviado y viven al margen de la vida. Son huérfanos ante Dios porque desconocen la obra redentora de Cristo. Guardar las 99 ovejas en casa no es la mejor actitud mientras haya algunas perdidas que serán encontradas por los depredadores. La adoración que Dios quiere de nosotros se hace en lugares peligrosos, tras las ovejas descarriadas. Piénselo.

Probablemente nos hemos equiparado a los hipócritas, que honraban al Señor con los labios, pero su corazón estaba lejos de Él: Respondiendo él [Jesús], les dijo: —¡Hipócritas! Bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí, pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”. (S. Marcos 7.6-7). ¿Nos sirve esta comparación?

Hay muchas «viudas» entre nosotros que, por no tener al Altísimo como su Dios, no son visitadas por Él en tiempos de angustia. Por eso, no son guardadas de la corrupción del mundo. Necesitamos comprobar nuestra conexión con el Señor. Ser un administrador de los bienes es vivir para reconectar a la gente con Él, predicando el Evangelio de la paz.

En Cristo, con amor,

R. R. Soares